Ser vecino de Barcelona

En la última asamblea hace unos días de Ens Plantem, plataforma de Poblenou contra la masificación turística, salieron a relucir los principales problemas vecinales del barrio, que son también los que en general están afectando a toda Barcelona. Por una parte, tenemos la mercantilización del espacio público, manifestada principalmente en las terrazas, que ocupan gran parte de la emblemática Ramba del Poblenou. La plataforma Fem Rambla hace años que viene defendiendo este eje del Poblenou del uso abusivo comercial y a favor de su disfrute por parte de los vecinos, pero la presión de los negocios es cada vez más fuerte. Encontrar un modelo de uso compartido del espacio público entre los negocios de hostelería y los vecinos es esencial, no sólo para defender los derechos legítimos de estos últimos sino también para no perder la esencia misma del encanto que atrajo en un principio a los negocios de hostelería. Lo mismo pasa con la masificación turística. El modelo de éxito del turismo en Barcelona ha llevado a pensar a inversores y gobernantes que escalarlo sin parar no traería más que alegrías económicas y laborales. Pero las concesiones hoteleras sin límites del consistorio anterior, agravadas por el boom de los pisos turísticos –legales e ilegales- ha llevado a crear serios problemas de convivencia entre vecinos y turistas, por el uso del espacio público, por el cambio de comercios, por los ruidos, por la masificación.

Si no es ingenuo, es irresponsable pensar que podemos seguir simplemente escalando el modelo turístico ampliando el aeropuerto de El Prat, haciendo más hoteles y abriendo más bares de tapas. Obviamente, mataremos a la gallina de los huevos de oro, cuando los vecinos hayan marchado de los barrios, cuando las zonas con encanto tengan más plazas hoteleras que de vecinos residentes, cuando el centro de la ciudad y las zonas emblemáticas se conviertan en parques temáticos, indistinguibles de cualquier otra ciudad de turismo masivo del mundo. Entonces, cuando los turistas se desencanten y se corra la voz, cuando se pase de moda venir a Barcelona a hacer la despedida de soltero, los bares cerrarán y los hoteles quedarán medio vacíos y la gente perderá sus precarios puestos de trabajo. El turismo debe ser tratado como una gran industria para la ciudad, pero a la que hay que cuidar limitándola. La economía de Barcelona deber ser diversificada para ser resiliente y, como cualquier otra industria, debe ser capaz de convivir con los ciudadanos y los otros sectores económicos. Es muy importante crear una política de la industria turística y de la restauración, que sea clara y bien planificada, que se haga de manera consensuada entre Generalitat y el Ayuntamiento. La nueva ordenanza de terrazas y el PEUAT de la ciudad son dos grandes oportunidades para redirigir la ciudad en este sentido, sin olvidarnos nunca de la necesaria complicidad de la Generalitat en una estrategia de éxito.

Por otra parte, pero indirectamente influenciado por el boom turístico, tenemos el tema de la gentrificación, que empieza a afectar de manera acuciante al Poblenou. Poblenou está de moda, como en su momento el Born, y muchos inversores compran pisos para especular o alquilarlos como pisos turísticos. La moratoria del actual Ayuntamiento en la concesión de nuevas licencias de pisos turísticos ha dado un respiro al barrio, pero la tendencia sigue imparable y los vecinos no pueden permitirse comprar en propiedad ni ya tan siquiera los alquileres y muchos marchan. Esta es la consecuencia de la falta de políticas efectivas del gobierno central y el de la Generalitat, en asegurar al ciudadano el derecho constitucional a una vivienda digna. A nivel de impuestos, no se da preferencia a la primera vivienda de los ciudadanos. Se carga igual la primera que la segunda o tercera propiedad de un particular, que la propiedad de una empresa, que la inversión de un fondo buitre. Cargar, como hace la Generalitat, con un 10% la compra de la primera vivienda, es un atentado contra los derechos fundamentales de los ciudadanos. Los impuestos y recargos deberían grabar la compra de vivienda con fines especulativos. La vivienda es un derecho, no una mercancía. No podemos esperar que el Ayuntamiento solucione el problema construyendo más y más pisos de protección oficial para venta o alquiler. La vivienda es un derecho fundamental que debería estar fuera del circuito de la especulación y protegido por un pacto político a todos los niveles de la administración. Suficientes disgustos nos ha dado ya apostar por el ladrillo como el gran motor económico.

Hay mucho que se puede hacer desde las administraciones y mucho que pueden reclamar los ciudadanos para garantizar que todos tenemos acceso a una vivienda digna y a disfrutar del espacio público mientras siguen funcionando las constructoras, las inmobiliarias y los hoteles. Todo en su justa medida, no más burbujas, gracias.

Belén Alvarez

Co-portavoz de Equo Cataluña